En 2013, la República Popular China se embarcó en un gigantesco proyecto bautizado como el One Belt, One Road, OBOR. Basada en la antigua Ruta de la Seda que en antaño unía a Asia con Europa, la OBOR pretende funcionar como motor global de crecimiento desarrollando infraestructuras e incrementando el comercio. Durante este tiempo, el gobierno de Xi Jinping ha puesto en marcha toda una serie de mecanismos con el propósito de trasladar a la realidad su visión y articular las inversiones; entre ellas está la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, AIIB por sus siglas en inglés, además de múltiples esfuerzos diplomáticos con los estados de a lo largo de las rutas.
La iniciativa comprende dos redes de conexión –una terrestre y otra marítima– entre Asia, Europa y África, pero es sobre todo la alternativa terrestre la que ofrece un dominio individualista a China. La ruta se extendería a lo largo del corredor euroasiático –por Asia Central, en particular– de manera que la presencia de Estados Unidos o potencias de Europa Occidental podría ser evitada en todo el nuevo entramado chino. Desde 2006, las instituciones europeas han puesto un fuerte énfasis en promulgar Tratados de Libre Comercio con los países del Este asiático, pero hasta muy recientemente no se ha hecho mención a la que es la economía más rica y dinámica de la continente.
En este sentido,el pasado mes de junio, se celebró la 19º cumbre bilateral UE-China en la que la Unión Europea se mostró comprometida en implementar una relación mercantil más abierta, eso sí, siempre que China se ciña a un comercio justo, al respeto a la propiedad intelectual y a sus obligaciones con los Derechos Humanos.

Li Keqiang (Primer Ministro Chino) y Jean-Claude Juncker (Presidente de la Comisión Europea) / EC – Audiovisual Service.
Cabe resaltar que, desde 2004, la Unión Europea se ha convirtido en el mayor socio comercial de China, y desde entonces el intercambio está prácticamente liberalizado, pero la carencia de pactos formales está funcionando en detrimento de las corporaciones europeas. Bruselas advertió, en este sentido, en la cumbre de cómo los últimos balances comerciales de Europa con China son deficitarios. En este marco, las empresas europeas se quejan de que las barreras implementadas por el país asiático obstaculizan la entrada del capital extranjero (sólo en 2016 la inversión extranjera en China cayó un 23%) por lo que dirigentes como Macrón proponen, en respuesta, endurecer las medidas de acceso de dinero no europeo.
Pero a los estados tradicionalmente inversores no les queda otra que adaptarse a la nueva realidad de China. Si hace 40 años el país se abrió al capital exterior para nutrir a su economía, hoy en día su industria lidera el mundo y su mercado ya está desarrollado. Resulta natural que se vaya cerrando.
Con el atractivo devenir de los chinos, la búsqueda de una alianza inclusiva es el siguiente paso lógico de la estrategia comercial de la UE. En este sentido, el pasado mes de junio fue la propia canciller alemana Angela Merkel en su encuentro con el presidente Xi Jinping durante las reuniones del G20 en Hamburgo, quien insistió en su deseo de acelerar las negociaciones comerciales entre la Unión Europea y China. Berlín se comprometió a presionar a Bruselas para cerrar el Protocolo de Adhesión de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC) y avanzar rápidamente hacia un acuerdo de inversiones que pueda desembocar en un pacto de comercio libre entre los dos. La UE debe de averiguar la manera de diseñar una política exterior con los ojos puestos en Pekín. Sin embargo, la falta de cohesión política entre sus miembros y factores externos como la influencia de Estados Unidos complican la puesta en práctica de la misma.
Vinna Tak Chung
Redactora de OHRE
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