LOS NIÑOS DE LA GUERRA QUE ENCONTRARON LA PAZ EN LA URSS

Corría el año 1937, casi un año después del golpe de estado de los generales fascistas españoles encabezados por Franco.

Los golpistas avanzaban sin freno por la meseta castellana dejando atrás una Madrid sitiada. El siguiente objetivo, tras conquistar para el bando golpista a Andalucía y a Extremadura, consistía en eliminar la resistencia del Cantábrico, personificada en vascos, asturianos y cántabros. Ante la inminencia de la ofensiva nacional y los constantes bombardeos de las aviaciones italiana y alemana en el tercio norte, el gobierno republicano comenzó a plantearse la evacuación de los hijos de los republicanos para mantenerlos a salvo del enemigo. El gobierno republicano del Frente Popular creó un Consejo Nacional de la Infancia Evacuada para llevar a cabo la evacuación de estos niños y niñas. Fundamental fue la colaboración del Gobierno de Moscú con Madrid, siendo uno de los principales destinos para los niños republicanos. A este efecto, la relación entre ambos gobiernos y la Cruz Roja Internacional fue crucial para la evacuación de menores.

La primera remesa partió de Madrid en marzo de 1937. Eran hijos de algunos militares republicanos de la capital y Valencia, apenas unas decenas, que partieron en tren hacia Moscú. Sin embargo, las grandes evacuaciones tuvieron lugar durante ese mismo verano, cuando la campaña del norte estaba preparándose y los bombardeos sobre las posiciones civiles eran constantes. En esta línea encontramos uno de los mayores motivos para la evacuación en las ciudades republicanas, ya que el miedo a que los niños sufriesen los bombardeos propiciaba el traslado. Los bombardeos de Guernika y Durango por la Legión Cóndor nazi, así como el pesimismo imperante en el seno de la República y el aislamiento de las ciudades Mar Cantábrico, precipitaron el embarcamiento de los que serían conocidos como los niños de Rusia.

Más de 2.500 niños abandonaron la Península con destino a Rusia en verano de 1937, para un total de casi 3.000 niños. El traslado desde los puertos republicanos de Bilbao y Gijón hacia Leningrado fue largo y en unas condiciones bastante duras para los pequeños, que fueron recibidos como héroes al llegar a su destino: una maniobra propagandística soviética para posicionarse contra el fascismo en la Guerra Civil española, en contraposición con el resto de posturas europeas. Tras su llegada a Leningrado, los niños de Rusia fueron alojados en las Casas de Niños, antiguos palacios nobiliarios expropiados en la Revolución de Octubre. Los niños estudiaron en castellano y sus condiciones de vida y formación fueron impecables. Así lo aseguraba uno de estos niños, Alberto Fernández Arrieta, que alababa la voluntad de los mandatarios rusos de que los niños mantuviesen su espíritu republicano y siguiesen siendo hijos de su propia patria, evitando una rusificación que nunca llegó. Para Alberto y sus compañeros, su estancia en la Unión Soviética no eran más que unas “cortas vacaciones”, que se fueron alargando en el tiempo.

Sin embargo, cuando la II Guerra Mundial explotó, los niños de Rusia vieron cómo volvía a cernirse sobre ellos la vieja sombra del fascismo que habían vivido en España. Las Casas de Niños se encontraban, en su mayoría, en la zona más occidental de la URSS, es decir, la zona sobre la que caería el peso de la Alemania nazi. Los más jóvenes fueron reubicados hacia ciudades más orientales, mientras que los mayores se alistaron, mayoritariamente, para luchar contra el fascismo como habían hecho sus padres. Los ideales antifascistas habían calado muy hondo en los niños de Rusia y había llegado su momento. Muchos de ellos lucharon en la defensa de las grandes ciudades soviéticas ante el avance nazi. Ilustre es el caso de Rubén Ruiz Ibárruri, único hijo de La Pasionaria, que murió en la Batalla de Stalingrado. Ruiz es el único español que ha sido condecorado con la medalla de Héroe de la Unión Soviética.

Tras la Gran Guerra Patria, la mayoría de los niños de Rusia se pusieron a trabajar en las fábricas soviéticas para reactivar la economía tras la guerra. Sus condiciones empeoraron, especialmente con el debilitamiento del gobierno republicano en el exilio. Algunos de los niños consiguieron volver a la Península en la década de 1950, aunque la gran mayoría había muerto durante la guerra o se quedó en la URSS. Cabe destacar los acuerdos bilaterales entre soviéticos y falangistas para que, el 21 de enero de 1957, más de 400 niños regresasen a España desde la lejana Rusia. Los jóvenes encontraron a su regreso a un gobierno hostil que los acusaba de filocomunistas y cuyo regreso se caracterizó por varios días de interrogatorio policial. Por este motivo, muchos escaparon a Latinoamérica ayudados por el Partido Comunista de España.

En 1993, los niños de Rusia que todavía permanecían en Moscú, fundaron el Centro Español en Moscú, siendo en 2004 todavía más de doscientos los que seguían viviendo en territorio ruso. Y es que, ño que para esos niños comenzó como «unas cortas vacaciones» mientras concluía la Guerra Civil, terminó siendo una nueva vida en un territorio a miles de kilómetros de su patria, donde se formaron, trabajaron y vivieron.

Marcelo Brage

Redactor de OHRE

 



Categorías:CULTURA Y SOCIEDAD

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