Mientras Estados Unidos mantiene sus intenciones desestabilizadoras en la región, Rusia parece asumir la responsabilidad de pacificar Oriente Próximo y acabar con el ISIS
El pasado 4 de octubre se produjo uno de los hitos políticos más importantes del momento con la llegada a Moscú del rey de Arabia Saudita, Salmán ben Abdelaziz al Saúd. La visita fue la primera en la historia de las relaciones ruso-saudíes y, se intuye, que marcará un antes y un después en la geopolítica internacional. Las reuniones no sólo fueron entre el rey saudita y el presidente Vladimir Putin, sino también entre representantes empresariales, ministros y demás miembros diplomáticos de ambas potencias. Con esta transversalidad y globalidad de las discusiones, se evidencia una voluntad real de iniciar una relación fluida a todos los niveles entre la monarquía del Golfo y el gigante euroasiático. La situación en el Golfo Pérsico experimenta un nuevo giro, esta vez con el acercamiento de Rusia a la monarquía saudí, que mantiene una relación de clara confrontación con los aliados rusos de Irán y Siria. De esta forma, Putin ha jugado una nueva carta en la que no se cierra ninguna puerta, al tiempo que intenta abrir una vía de dialogo común entre todos estos países. Rusia parece que se posiciona, con este acercamiento a Arabia Saudita, como el árbitro internacional del Golfo.

Instalaciones de Novatek en el Ártico Fuente: Novatek.ru
Las históricas reuniones bilaterales han fructificado en numerosos acuerdos de carácter energético, militar o diplomático. En primer lugar, Arabia Saudí ha alcanzado un principio de acuerdo encaminado a la compra de activos, por valor de mil millones de dólares, de dos de las principales empresas energéticas rusas, Eurasia Drilling y Novatek PJSC. Este acuerdo se enmarca en las relaciones energéticas entre los dos países, que se iniciaron a finales de 2016 con la participación de ambos países en los acuerdos de la OPEP+, los pactos entre los principales países productores de petróleo -sin la participación de EEUU- para disminuir la producción de petróleo y estabilizar los precios del barril de crudo. Los acuerdos también podrían afectar a Arabian Oil o a Sibur Holding PJSC, la principal empresa petroquímica rusa. Con estos acuerdos, se estaría potenciando la bicefalia de Rusia y Arabia Saudí a la cabeza de la producción mundial de petróleo, siendo ambos países los mayores productores de petróleo del mundo. El ministro de Exteriores saudí hacía en esta línea un ofrecimiento al gobierno ruso, afirmando estar “dispuestos a facilitarle [a Rusia] el acceso al mercado del Consejo de Cooperación del Golfo”, en una clara oferta de profundización de la cooperación económica.
En segundo lugar, se ha cerrado un histórico acuerdo para la venta de armas entre ambos países. La alianza, con un montante final de 3.000 millones de dólares y firmada entre las empresas de seguridad de Rosoboronexport e Industrias Militares de Arabia Saudí (SAMI), incluiría el establecimiento en territorio saudí de una fábrica de fusiles asalto Kaláshnikov AK-103, así como la venta de sistemas antiaéreos S-400 o misiles antitanques 9M133 Kornet. Curiosamente, este equipamiento bélico es, en parte, el mismo que Rusia suministra a Bashar al-Assad en su lucha contra el Estado Islámico y los grupos rebeldes sirios apoyados por la monarquía saudita. En este sentido, en declaraciones a HispanTV, el analista internacional colombiano Juan Alberto Sánchez Marín, aseguraba que la inoperatividad de la compra de defensas antiaéreas S-400 era manifiesta, ya que necesitaría del manejo de expertos extranjeros para su correcta utilización.
En tercer lugar, las reuniones han tenido un carácter diplomático. Cierto es que a este nivel no se han llegado a acuerdos o, al menos, eso quieren mostrar las autoridades de ambos países. El principal problema para el entendimiento diplomático, lo relataba el propio Ministro de Exteriores de Arabia Saudita, Adel al-Jubeir, quien aseguraba que “no estamos de acuerdo sobre Siria, no tanto en el resultado final del juego, sino en cómo llegar allí”. Para el ministro saudí, Irán es el foco irradiador de todos los problemas de la región, por lo que la mediación rusa parece crucial. La predisposición rusa a dicha mediación venía ya definida por las palabras del viceministro de Exteriores ruso, Mijail Bogdánov, quien aseguraba que han «propuesto a Irán y Arabia Saudita sentarse a la mesa de negociaciones», sin imponer un papel mediador por parte de Rusia. Para el gigante euroasiático, la estabilidad de la región, especialmente en cuestiones de seguridad y lucha antiterrorista, pasa por un “entendimiento común y confianza mutua entre Teherán y Riad”.
Assad considera la colaboración ruso-saudí como una posible arma de doble filo
Más allá de los acuerdos alcanzados, el inicio del diálogo entre Moscú y Riad marca un antes y un después en la situación geopolítica de Oriente Próximo. El complejo tejido diplomático de la zona ha añadido un nuevo apéndice con el establecimiento de esta nueva relación diplomática. Por un lado, Rusia, aliada en la zona de Irán y Siria, se acerca a Arabia Saudí, que este enfrentada a Damasco y Teherán. Por otro lado, Arabia Saudí, aliada de los rebeldes sirios y que encabeza la alianza de monarquías árabes sunníes, se acerca a Rusia. La situación en la zona podría cambiar con estos nuevos tratados, ya que Putin pasa a ser actor principal en Oriente Próximo, mientras que la posición americana se debilita. Las relaciones entre Teherán y Riad inician una nueva etapa, en la que la mediación rusa podría descongelar dichas relaciones, con la lucha antiterrorista como posible punto de partida para esta nueva relación. Es en este punto donde también entra en juego Bashar al-Assad y la guerra civil siria, ya que sus principales opositores son los grupos rebeldes y el Estado Islámico, ambos financiados directa o indirectamente por Arabia Saudí. Por un lado, la mediación rusa en la zona podría conseguir que Riad cesase su apoyo a los opositores sirios. Pero, por otro lado, los saudíes podrían mantenerse férreos en su intento por derrocar a Assad, tal y como aseguraba su ministro de Exteriores cuando afirmaba rotundamente que “los días de Assad están contados, así que hay que llegar a un acuerdo mientras sea posible”. En esta encrucijada, al-Assad puede ver estos tratados como una «traición» de sus socios rusos, que han puesto en las manos de sus enemigos las mismas armas que en las suyas.

Vladimir Vladímirovich junto al Rey de Arabia Saudita, Salmán ben Abdelaziz.
En cuanto a la posición de Irán, parece la clave de la situación. Habrá que ver cómo responde el gobierno de Teherán a estos acuerdos ruso-sauditas, ya que una muestra de voluntad de diálogo con Riad podría desencallar la situación, tal y como pedía el viceministro ruso Bogdánov. La postura del presidente iraní Rouhaní siempre ha sido muy pareja a la de Putin en la cuestión siria, escenificándose en las reuniones tripartitas (con la participación de Turquía) de diciembre del año pasado en Astaná. Otro de los actores de la zona, quizá el más complejo y difuso, es el papel del Kurdistán. Los grupos de milicias kurdas han sido uno de los grupos más importantes en la lucha con el Estado Islámico. Los peshmerga son temidos en todo el territorio por su agresividad en combate, al tiempo que son férreos en sus reivindicaciones nacionales. Tras el referéndum de autodeterminación del Kurdistán iraquí, los kurdos están ante su gran oportunidad de crear su propio estado autónomo. Sus territorios en Siria e Iraq son cada vez más autónomos y poco falta ya para su independencia total. Sin embargo, los territorios iraníes y turcos son cada vez más difíciles de conseguir para el pueblo kurdo. Turquía ha mostrado cierta complicidad con el Estado Islámico cuando éste ha atacado a los peshmerga, del mismo modo, ha criticado con dureza el referéndum celebrado en el Kurdistán iraquí cerrando sus fronteras con esta región. La misma reacción aislacionista tuvieron los iraquíes e iraníes, que han iniciado una colaboración entre ambos ejércitos en la frontera kurda. El papel de Rusia parece claro con respecto al Kurdistán: ninguno de sus aliados en la zona quiere la independencia del pueblo kurdo. Sin embargo, el papel de Riad es más confuso ya que su interés por debilitar las posiciones de Siria e Irán podría pasar por apoyar la independencia del Kurdistán en sus territorios sirios e iraníes.
Si Rusia se erige como mediador en Oriente Próximo, a EEUU sólo le quedaría la decadente Unión Europea
Pero si hay alguien realmente afectado por el devenir de estas nuevas relaciones diplomáticas, son los Estados Unidos. La política exterior norteamericana está en clara decadencia en las últimas décadas, especialmente su papel como árbitro de todos los conflictos internacionales. Su labor en Oriente Próximo desde los atentados del 11-S responde a la voluntad de desestabilizar la región en su propio beneficio. Sin embargo, su posición difusa en la Guerra Civil Siria ha supuesto otra piedra en su camino de Oriente. El apoyo americano a los «rebeldes sirios» y su intromisión constante en Iraq, no ha hecho más que fortalecer la posición del Estado Islámico con el objetivo último de hacer caer a al-Assad. El gobierno encabezado por Trump tiene ya pocos aliados en la zona (Arabia Saudí e Israel), mientras que sus enemigos no paran de aumentar: Siria, Irán, Daesh… Parece que la política exterior rusa y la americana han llegado al punto de mayor disensión en lo que a Oriente Próximo se refiere ya que, mientras Estados Unidos mantiene sus intenciones desestabilizadoras en la región, Rusia parece querer asumir la responsabilidad de pacificar la zona y acabar con el ISIS y las enemistades entre Riad y Teherán. Si Rusia consigue hacer que su relación comercial y diplomática con Arabia Saudita se mantenga en el tiempo, EEUU podría desaparecer como mediador en Eurasia. Si esto sucediese, la administración estadounidense habría perdido una de sus zonas de influencia más codiciadas y sólo ejercería su dominio en la decadente Unión Europea. Por el lado ruso, si consigue hacerse fuerte en Oriente Próximo estaría afianzando su posición mundial y haciendo un importante eje comercial y de producción de recursos energéticos entre Moscú, Oriente y Pekín. De esta forma, se abre una nueva posibilidad para la futura Ruta de la Seda, cuyo proyecto marítimo está proyectado que pase por Oriente Próximo, y cuya ruta terrestre podría entrar a Europa no sólo por los Balcanes, sino también por la frontera turca.
Sin embargo, la cuestión comercial pasa a un segundo plano cuando se observa la magnitud de la cuestión diplomática. Rusia se mete de lleno en Oriente Próximo y se coloca como juez internacional en una de las zonas más convulsas del mundo y, a la vez, una de las regiones energéticamente más potentes del planeta. Si la alianza con Riad se estabiliza, Rusia obtendrá una posición envidiada a nivel mundial con un presente complejo y esperanzador y un futuro posiblemente brillante.
Marcelo Brage
Redactor de OHRE
Categorías:GEOPOLÍTICA
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