EL RÍO MEKONG Y EL VERDADERO COSTE DE LA ELECTRICIDAD

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La incipiente demanda de electricidad ha lanzado a los países del Sudeste Asiático a una carrera desenfrenada para construir presas hidroeléctricas a lo largo del Mekong, uno de los ríos más importantes del mundo tanto en términos ecológicos como económicos.

El Mekong nace en la meseta tibetana, desde donde emprende un camino de 4,350 kilómetros que le lleva a desembocar en el Mar del Sur de China tras traspasar la frontera de seis países diferentes. Fiel a su nombre, el cual procede de la palabra lao-tailandesa Me Khoong, “Río Madre”, su cuenca es fuente de vida y de actividad económica: provee de rutas comerciales, energía hidroeléctrica, riego para el cultivo y transporte. En sus aguas acoge a más de ochocientas de especies de peces, y presenta el segundo índice de biodiversidad más grande del planeta, solo superado por el río Amazonas. Más allá de las fronteras chinas, cerca de 60 millones de personas dependen del Mekong y sus tributarios.

En los últimos años el debate en torno al río se ha centrado en dos elementos: las desastrosas consecuencias del cambio climático y su creciente valor geopolítico. Ambos directamente vinculados a que, seguramente, sea el área con el desarrollo de presas más intenso del planeta, fuente principal de las tensiones latentes a lo largo de toda la cuenca.

En su recorrido por China, Myanmar, Laos, Tailandia, Camboya y Vietnam, la actividad económica construida en torno a la cuenca del río es principalmente agraria y, por tanto, altamente dependiente del Mekong. Debido a la importancia ecológica y económica del río, las consecuencias de su degradación serían desastrosas: desaparición de especies, escasez de agua, déficit eléctrico, pérdida de cultivos, crisis alimentaria y, en última instancia, desplazamientos masivos de población.

Tras las últimas catástrofes naturales, como las sequías de los años 2010 y 2016, son cada vez más los dedos acusatorios que apuntan a China como la principal responsable. Los desencadenantes de estos desastres serían las enormes centrales hidroeléctricas -siete hasta la fecha- que el gigante asiático ha construido a lo largo del cauce que corre dentro de sus fronteras, donde recibe el nombre de Lacang.

Los países de la cuenca baja del Mekong afirman que la intensificación de la actividad constructiva en la parte china del río está afectando a la cantidad y a la calidad del agua que llega más allá de sus fronteras. Lejos de frenar su explotación, se cree que China planea construir veintiún presas más. A la necesidad de Pekín de abastecer la creciente demanda energética del país -convertido desde el 2010 en el primer consumidor mundial de energía-, se suma la intención de alejarse del carbón como principal fuente de energía conforme sus grandes ciudades se ahogan en nubes de humo tóxico.

Por otro lado, los intentos de colaboración a lo largo del Mekong han sido, hasta la fecha, relativamente infructuosos. En 1995 se fundó la Comisión del Río Mekong, organización coja desde su nacimiento por la negativa china a pertenecer como pleno miembro. Como socio de diálogo, Pekín no requiere la aprobación de los países de la cuenca baja para desarrollar su actividad hidroeléctrica. De hecho, ha demostrado un considerable secretismo a la hora de compartir información hidrológica o sobre sus proyectos.

Pese a denunciar la actitud de Pekín, el resto de países no se ha limitado a contemplar pasivamente el aprovechamiento ajeno del potencial del Mekong. Desde Myanmar hasta la desembocadura en Vietnam, las centrales hidroeléctricas han proliferado de manera alarmante. Unas treinta presas operan en la cuenca sur del Mekong, y muchas más están siendo proyectadas. Al fin y al cabo, se trata de países que siguen recuperándose tras décadas de conflictos y cuyo desarrollo económico se está volviendo imperativo conforme la población se multiplica a un ritmo vertiginoso.

Lower Mekong: dams_map_june2017

La Comisión, cuya misión principal es promover el uso compartido y equitativo del río, no ha estado exenta de disidencias internas, las cuales han hecho patente sus limitaciones a la hora de actuar. La construcción por parte de Laos de las presas de Xayaburi y de Don Sahong ha cuestionado el sistema de consulta previa que rige el funcionamiento de la Comisión; ambos proyectos han sido implementados de manera unilateral pese a la oposición de los otros estados miembros -Tailandia, Vietnam y Camboya- y frente a un Secretariado inactivo y neutral.

La actividad constructiva que se está desarrollando por toda la cuenca del río acarrea unas consecuencias alarmantes: incide en la migración de los peces y en sus procesos reproductivos, así como en la irrigación que proveen el Mekong y sus tributarios. Teniendo en cuenta la dependencia con la industria pesquera y con los cultivos de arroz, la proliferación de presas pone en grave riesgo la seguridad alimenticia y económica de la región. Las infraestructuras bloquean limo altamente nutritivo y clave para la fertilidad y la calidad de los cultivos de la parte baja del Mekong. La consecuencia última de estas megaconstrucciones es la desaparición de bosques, tierras de cultivo y el desalojo forzoso de las comunidades que habitan la zona.

Conclusión: la balanza geopolítica se inclina hacia China, pero la responsabilidad es colectiva

El agua se ha convertido en la nueva herramienta geopolítica China, otorgándole otra ventaja respecto a sus vecinos del Sudeste Asiático. El gigante asiático tiene la potestad de limitar el acceso de otros cinco países y de millones de personas a su principal fuente alimenticia y núcleo de su actividad económica.

China ha estado utilizando también la distribución de información hidrológica como herramienta en su negociación con los países ribereños. La retención de información impide a la comunidad internacional evaluar de manera efectiva el impacto de las presas, y por tanto también sirve para mantener a raya la oposición internacional.

Aun con esto, las posibilidades de que las tensiones latentes escalen hasta la magnitud de un conflicto son escasas. Al fin y al cabo, la balanza de poder en la región está claramente desequilibrada en favor de China. Y no solo en cuanto a potencial militar, sino también económico: parece poco probable que los países de la cuenca baja del Mekong se arriesguen a estropear los vínculos con su principal socio económico y comercial.

Por otro lado, con la proliferación de presas en la parte sur del río, estas naciones no solo imitan los perniciosos patrones de su vecino, sino que aumentan la dependencia con el río -que ahora también adquiere un valor energético- y, por tanto, con una China capaz de regular su afluencia.

Más allá del juego de poder que se está desplegando en el Mekong, la comunidad internacional no puede obviar las desastrosas consecuencias medioambientales de esta carrera hidroeléctrica. La destrucción de uno los ecosistemas más ricos del planeta va acompañado del desplazamiento forzoso de miles de personas, que a menudo se ven desamparadas ante la escasa ayuda que reciben de las autoridades de su país.

Este artículo forma parte de la serie Water is the New Black.

Teresa Romero

Redactora de OHRE

 



Categorías:Asia Oriental, GEOPOLÍTICA

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